La nueva Iglesia

martes, 2 de noviembre de 2010

Un presidente es un representante legal de la divina justicia. Un enviado que reúne las funciones místicas que la soberanía popular le ha acatado legar en nombre de la razón y el progreso. Un ser que es un reflejo a la manera del todopoderoso. Un designio noble de las decentes castas militares, culturales y políticas.

Un presidente es un escriba, un letrado, que reúne los conocimientos literarios dignos, valorados como sacros en la época nueva. Un presidente sabe de leyes y está acompañado por una corte de señores que también sabe de leyes.

Un grupo que regula el funcionamiento de las estructuras sociales y legitima el sentido único por donde deben moverse los individuos para no caer en la herejía. Una maquinaria operante consciente de su cosmovisión que es una institución fiel y que a la vez produce nuevas fieles instituciones.

Una elite que gobierna, dirige, comulga y se extiende en su discurso al discurso de la opinión pública. Una opinión pública que confiesa y se arrepiente de sus pecados frente al poder que la reconcilia. Un único poder ético capaz de ser pensado.

Un presidente es un faro, una guía de una ciudad letrada contemporánea. Un presidente es un abogado y el derecho, una nueva Iglesia.

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