jueves, 18 de noviembre de 2010

Nadie me da lástima -la niña llora muerta- nadie me da lástima. ¿Qué mono tiene Roma en la cara que todos la miran? Los textos meta poéticos también miran y se ríen, se cagan de risa. Se cagan de risa de la vida y de la muerte que es una vida diferente, que es otra pero es la misma vida.
Oigo pasos sobre mis pasos que me acompañan a donde voy como si fuera otro, como si fuera un hombre. Como, si las sombras no me comieran a bocados lentos, dulces, lujuriosos, encantados. Soy el alimento de los pasos que destruyen el puente, soy el cuerpo del alma inmaterial, soy lo anti eterno, fugacidad de lo insolente.
¿Quién soy? Se pregunta el eco de una voz muda a mis espaldas. Y soy esa pregunta, y soy todas las preguntas, porque soy más y menos y nada y a veces soy lo que digo. También.
Rebuzno palabras sobre los árboles del conocimiento, soy el estiércol que se desliza por las márgenes canónicos. Libro prohibido de la biblioteca muda. Una vez un vagabundo me miró fijo y mirándome fijo me dijo un texto ininteligible, secular, un texto borracho, mentiroso, estúpido. Así me defino, esta es mi naturaleza, mi deseo y mi súplica, este soy yo, el que es, el que desea ser, el que dicen que es, el que dice que es un ser. Ya vendrán otros a juzgarme, como sucede siempre y estaré de pie, con mi figura erecta hecha de barro, aire y pensamientos.
Humo, humano, alma deshumanizada, reescritura imperfecta de imperfecciones anteriores, cuerpo dibujado por caminos de palabras, por hormigas de palabras que pisotean y rasguñan la piel. Rojas, sangran, negras, sufren y lloran y lloran y siguen llorando. Las palabras, las hormigas, las cosas, las personas, las pasiones de las cosas, las personas que no ríen y los juglares burlescos. Yo soy todo lo que digo y además más y además soy otra cosa.

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